A una distancia de cuarenta y cinco metros la vista cansada avisaba descompostura, molde coloide, a simple vista eso parecía, como si el contenedor hubiese sido aplastado por efecto de una hoguera interna; doblado, eclosionado, torcido, fiambre índigo, se presentaba para sus pisadas como un tubo de oscuridad, luz en caída vertical de la lámpara solitaria, el discurso encorvado, clavado en su garganta hacia las veces de sombrilla para sus ojos mientras las gotas acidas avanzaban por las sienes; pasos de concreto, entumidos. Hacia horas que meditaba sin dar muestra, a quien pasara junto a él, de dinámica. Lo único que lo sacaría de tales elucubraciones sería una melodía al otro lado del arroyo, como elevador panorámico se levantaba insegura una efigie trastornada, húmeda y dilatada la mirada como extraviada en su propia circunscripción, sabia donde no estaba, eso lo tenía seguro, mas nunca logró recordar el lugar anterior a este, donde continuaba con la cavilación enredada cogiendo en sus manos caídas el peso del pasado circular, el que merodea abrazando la vida misma y no deja pensar; oquedades e iris sembrados en pavimento. Pensaba en el mundo como el sensible recipiente donde él no cabía, donde no hay espacio si primero se vierte el arena ligera y después se obliga en la mentira rocosa; sentíase extraviado en vacio lumínico, entonces la mariposa herida con alas de papel posó su aleteo en la concavidad de su mano, ni las patitas lograban arrancar una sonrisa o un gesto de sensibilidad al bulto de oscuridad.
En cierto momento se pensó como la mariposa ahí mismo en su propia mano, se imaginó que ese diminuto insecto volador podría ser él, quedándose sin vuelo y que la mariposa fingía depositar el cansancio para despertar en los ojos que eran los propios y caminar con abanicos y despegar con un par de pies. Se daría cuenta que quien meditaba no era él sino la mariposa como si la inteligencia sensorial se alojara en un espacio tan reducido y la razón albergara un cuerpo inútil incapaz de moverse al sentir la fría cubetada que dejaba caer el cielo añil.
Fragmentos de luz quebraban la espalda que en este caso parecía coraza de aquel homúnculo de piedra, como plato roto no eran vísceras lo que se asomaba en la grieta que dividía su lomo, era mas bien una tela traslucida tratando de desdoblar la eterna espiral. Dentro de la convexidad de esos cinco dedos una mariposa mas grande, como si cambiase de color y aroma rompía el repliegue de un cuerpo atrofiado, temblor grave, de la transición al trastorno, al ataque de los epilépticos. Inestable insecto color rosado, de carne, mamífero.
Por encima de su cabeza un par de antenas tan finas que parecían desarrollarse como si se tratase de la mariposa en la convexidad del espacio; y en el abocinamiento de las manos se erguía a malabares un feto aun con patas temblorosas; el que se encontraba debajo de la estela oscura devoraba el rostro que nunca supimos como era. Tendiendo los pliegues, exteriorizando membranas, fractales, poliedros de revolución y dimensión cuatro; por su parte el feto era feo y enano, malformado, colgaba de la trompa de una mariposa gigante, se creía que el Goliat daría a luz a un ser desprovisto de toda estética pero no fue así, se veía como coagulo aunque no es que se tratase de una oruga intentando transformar en crisálida, ni homúnculo confuso, mas bien el hombre que miraba aquel espectáculo supo que el golem de tamaño casi de la cascada de luz en medio de la penumbra daba forma a un sueño informe en el capullo que se embarazaba dentro del abdomen quimera de aquel que soñó volar en cuerpo de mariposa sabiendo que el ser humano prefiere dormir en la frontera de la libertad masticado por las tenazas de oscuridad.